Santa Marina, algo más que una playa.
Observamos también cómo el río Sella, que desemboca en la misma playa, crea un estuario de los más bellos de Asturias. La ría perfila una gran curva y suavemente se mezcla con el mar. Se trata de un delta que, además, añade a la playa su dimensión naútica, pesquera y recreativa.
A pie de arena descubrimos que la playa de Santa Marina no es una playa más, sino un espacio de un kilómetro y medio de longitud donde se conjuga patrimonio, historia, turismo, sociedad y ecología. La idiosincrasia de este arenal deriva de un pasado diferenciador. Antes del siglo XIX permaneció inalterable, en bruto, comunicada por lanchas, como una isla solitaria en forma de concha, próxima a un extenso humedal que era el hábitat idóneo para numerosas especies de aves migratorias. La playa estaba flanqueada por el monte Somos y el Corberu, dos promontorios igualmente vírgenes por aquel entonces.
Cuando en 1898 entró en servicio el puente metálico sobre la ría, el Arenal recordaba los parajes inhóspitos que tanto inspiraban a los pintores de la época. Pero la mejora de la comunicación con el arenal trajo la primera colonización urbanística de la zona. Villas, palacetes y chalets modernistas que hoy en día guardan todo su encanto y que confieren a Santa Marina esa estampa única con la que se deleita el paseante contemporáneo, sorprendente por su coquetería arquitectónica.
La playa de Santa Marina es arena, mar, baño, sol, surf, footing, … pero es también contemplación y admiración. Transitando por su paseo marítimo la playa transmite muchas sensaciones nuevas para el que no la conoce.
Su urbanismo peculiar no deja indiferente. A pie de playa descubrimos las construcciones de los primeros veraneantes: miembros de la aristocracia y la alta burguesía madrileña y regional que llegaban a la playa atraídos por el fenómeno balneario de moda por aquel entonces. Por iniciativa de los marqueses de Argüelles, en 1910, abrió sus puertas el balneario de la playa, ofertándose servicios de baños de mar, yodo y algas. Poco después comenzaron la construcción de chalets alineados frente al mar como el de la propia Marquesa de Argüelles, Villa Rosario, el chalet de Antero Prieto (posteriormente Uría Aza) y Villa San Pedro. Ejemplos claros de este periodo.
Durante los años 20 y 30, el arenal de Santa Marina se fue configurando como una diminuta ciudad jardín que antes de la Guerra Civil ya estaba formada por una treintena de suntuosos chalets. Proliferan en estas construcciones elementos arquitectónicos como torres, miradores acristalados y terrazas. Hasta los años 60 esta ciudad jardín no sufriría los efectos del desarrollismo. A partir de entonces, las vacaciones aristocráticas de tres meses darían paso a las vacaciones menores y los fines de semana de la clase media. A finales de los 80 y principios de los 90, se introdujo en el Arenal la cultura del adosado, en su versión relacionada con la segunda residencia, de lo que también hay claros ejemplos a pie de playa.
La playa forma parte también del Camino de Santiago, desde ella el Camino se dirige a San Pedro, Abeu y Leces, donde hay un albergue de peregrinos.
También es admirada por los paleontólogos, ya que en la misma playa, al final del paseo de la Punta del Pozu, en la misma bajada al acantilado, pueden verse algunas de las huellas de dinosaurio: varios rastros de pisadas de saurópodos.
En materia de ocio playero, Santa Marina es una playa populosa en verano, con una ocupación medio alta y propicia para los deportes náuticos en su entorno y en la ría anexa.
Los accesos peatonales a la arena son cómodos y fáciles con escaleras y rampas. Dispone de servicios de socorrismo, advertencia de peligro mediante megafonía y servicios higiénicos.
También podemos sentarnos en una de sus terrazas, saborear un buen aperitivo y unas cañas y dejar que pase el tiempo plácidamente, disfrutando de su gran ambiente estival.
Santa Marina ofrece múltiples facetas para el disfrute en todas las estaciones. Ya hemos citado su paseo, único en su especie al conjugar un paisaje marítimo entrañable, una arquitectura personalísima o yacimientos jurásicos. En su entorno inmediato también podemos recorrer el Parque Natural del Malecón, un humedal habilitado con plataformas y senderos que nos ayudan a descubrir toda su riqueza ecológica, entre la que destaca una gran colonia de patos silvestres.